SALIR
Ese tener piedad por la moral de los ojos cerrados,
pecado del pellejo que se mete
hasta adentro del moribundo pecho,
no puede ser virtud
aunque lo cante así en el brillo del espejo
o en las letras doradas
que como en marquesina se escriben
cada lunes en el techo de pino de la alcoba pueril,
donde algún gentilhombre que conozco
levanta en manchados silencios
sus disquicisiones antiguas y raras,
esquemas de elevada arquitectura
que con el sello de sus cruces de palabras
elaboran dilemas sobre el fin.
Macabeo sin cruz ni un harto Herodes,
que le diga que el norte no es más que un algoritmo,
y el día al que le pide muera
ya en las alas del tiempo calendario,
es del que lleva pegado
uno más de sus renovados nacimientos;
suelen ser los dioses socorridos,
edemas de faros ya caídos
o mármoles sin nombre o pedestal...
ruega viento por ser canto furtivo
o brisa que se deja perseguir
sin más de los ojos de los niños...
solo que rezagado como va,
y urdiendo sus murmullos sacrosantos,
se enmohece de viejas pesadumbres
atándose las nuevas a los pies
para poder tener con qué explicar
porqué no está en las aulas aprendiendo
a ser un viejo más,
vestido de retórica sinuosa
para explicar sus lastrados fundamentos.
Y al mirar más profundo y ver que quedan
acaso por venir más primaveras,
comienza un silbo joven, testarudo,
una sonata ilesa de la guerra,
y luego cuando ayuda con los pies
mientras vestido baja por la escala,
descubre que en la puerta lo esperaba
una brisa otoñal,
hojas que caen,
un anuncio de legítimas defensas
que le hace la vida de la vida...
Ve niños que regresan de la escuela,
tallándose los dedos con la pita
para dar a su trompo mil caricias
que este les paga dando vueltas...
Musita a la escalera que está oscura,
vacía pues sin él no queda nadie,
espérame, no vayas a caerte.
Con suerte hallo con quien pasar la noche,
es lunes casi noche...vuelvo el martes.
JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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