viernes, 10 de marzo de 2017

LUZ DE PEQUEÑO DESVÁN / Poesía de José Ignacio Restrepo


LA CAVA



Hago visita al arca donde no llevo animales,
solo mis fisuras planas, aromas de ayer en el aire;
y cuento con las dos manos las caídas destempladas,
en las marcas del coraje grabadas en las paredes,
ahora cubiertas del musgo que traen siempre los años
para hacernos más humildes, algo toscos, más huraños...
eventualmente propensos a olvidar los malabares
de esos intentos circenses donde salimos airosos,
para centrar la mirada en las hojas de la prensa...
o en un sitio más seguro cercano a la entramada
donde vuela un colibrí que me convenció de darle
su ración diaria de pan y su pocillito de agua,
y que ya por fundamento le coloco como un padre.

Voy en un verso prestado como arroz entre su cáscara,
filial de otros que me miran, que comparten desventuras,
unas dignas de contar, otras pávidas de olvidos
que se envejecen cual pan sin que las oiga un oído...
Tengo miríadas de versos atascados sin tildar
y ciudades por crear que no tengan monumentos,
cercanas alegorías que no resisten azar
y a las que temo pintar en mis cortos padrenuestros,
pero me alumbra el zaguán de este lugar alquilado,
su mármol acrisolado y su vista a la ciudad,
cuyo aire enrarecido se venga del que respira
pero de lejos se ve auspiciosamente linda...
De esta cava solariega donde hace falta el vino,
puedo contarles que acaso la humedad es demasiada
y el deseo de salir suma y resta al de volver,
por éso froto mi piel contra recuerdos calientes
y hago breves inmersiones en un ron de doce años,
que demora en ese estante cuatro visitas al pozo...

Toma horas renacer cuando decido venir
a esta jaula sin barrotes donde vive todavía
la esquina donde tenía mis amigos reticentes
a prestar vida a la gente y dejar ellos de ser,
también veo el neceser de mi tía Barbarita
del que tomaba prestados cigarrillos mentolados
y su candela más bella con cubierta rosa nácar,
que robé cuando supimos que ya no se levantaba... 
y las riberas del ser que a diario se me ensanchaban
dándome a mi quehacer de correr todos los días
ese lugar legendario donde todo cobra vida
que ahora llevo por pedazos metido en el corazón...
y del que saco bagazos para hacer algún lugar
a estas diarias aventuras desde la silla de mimbre,
herencia de mi papá que no tengo a quien dejar
y que ya tiene tallada la silueta de escritor.


JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
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