Lecho de suaves versos
(Entre mis trozos; mis cuentos)
Estoy solo. O quién sabe si estoy solo. La soledad a mis años es una cuestión de criterio.
Tengo como compañía la torpeza en los dedos, tres inviernos en los huesos, la redención del cuerpo y cierto estreno, infalible y diario, de un humor que no comprendo.
Lo más extraño que tengo es una cotorra heredada que ignorando mis esfuerzos habla inglés la condenada. Me despierta en las mañanas con un chirrido indolente, cofi, cofi, weicoo daarlin y un ailoviu que no siente.
Mi cotidianidad ahora es blanca arena de playa y las protestas quejumbrosas de las maderas de esta casa que llamo hogar por respeto. Tengo claro, dos perritos, la siesta de tarde en la hamaca, un jardín con tres cerezos y una certeza nublada, muy nublada, no me miento, de que aunque no puedo nombrarles y los sabores no recuerdo, tuve mis años pasados llenos de amores y besos.
No es la imaginación de un viejo. Más que saberlo lo siento.
¿Por qué no puedo recordarlos? ¿Que habrá pasado con ellos? ¿Habré dejado yo acaso a esos amores de antaño con los corazones muertos? ¿Será este el castigo que hoy me tiende el no recuerdo? Dándome a tomar destellos en vasos llenos de huecos.
De haber descalzado los pies de mi conciencia, el olvido en este momento hoy y a solas, tal vez no fuera esta piedra.
Me equivoqué al creer que la memoria era de hadas aldea. La memoria es un cajón lleno de arañas siniestras. Tejen redes en mi mente, juegan a las adivinanzas. Caprichosas y burlonas como bufandas de lana.
Es cierto que no recuerdo que ando calzado de olvido, más este mes que ahora acaba me ha traído, casi limpio, entre la brisa del mar el nombre de una mujer. Lo he sentido hasta en mis huesos. Qué delicia. Estoy contento.
No sé si ha sido la tarde al acostarse en mi techo. O algún aroma tal vez me ha devuelto hoy tus gestos. Qué alegría recordarte, poder pensarte y nombrarte. Qué hermosa es esta certeza de que alguna vez me amaste.
Otros lugares me esperan, otros paisajes eternos. Ya no me importa partir, ya no me ocupa el silencio. Ahora sé que he amado y me han amado también. La muerte de pronto es poema, lecho de suaves versos.
No lo he dicho a la cotorra. Más mañana... no despierto.
Como luna llena
( Poema. Entre mis faldas )
Yo decido la libertad de las sabanas ajadas, el adiós sin despedida,
los abrazos sin amarras.
Que se distraiga la aurora, que muera de sed la cobardía.
Que al arrullarme en tu pecho, un segundo sea tres vidas.
Yo prefiero tu escalada a mi cintura desnuda, a mi piel de azúcar parda
al ámbar blando regado en mis dos copos de dunas.
Que revuelvas mis sabores de canela y limoncillo,
que el ámbar en cada copo despierte duro; erguido.
Que no haya frío en tu boca, que te tiemblen los nudillos,
que se mueran tus dos manos y te renazcan redondas.
Que hagas arder a mis bordes a mis picos de chiquillos,
como frondas o maderas, como secretos antiguos.
Yo me inclino por tu cuerpo, tu cicatriz, tus estrías,
por el aroma a tabaco, la mancha enorme en tus años
y la huella en tu zapato.
Que la ausencia sea un demente apartado en solitario.
Que se ocupen los silencios de gemidos y de hallazgos.
Que al enlazarnos muy lentos como serpientes en celo,
nos torzamos entre risas ante la palabra miedo.
Yo propongo concluir el juego a las escondidas;
La distancia es una acera amargada y aburrida.
He visto el paño de nieblas que ata tu alma, tus piernas;
Yo lo deshago despacio, yo bordo un nuevo de versos.
Liberado, desatado; sin dolor ni letanías.
Hay un balcón esperando y no llegas todavía.
Su falda esconde panales.
Ya la miel está escondida.
Yo te ofrezco mis alas, si es que perdiste las tuyas;
Y te bautizo de ángel con un sólo beso mío.
Yo te diluyo los años, si son plomos en tu cuello;
Y te canto nanas y velo tu sueño y te vuelvo un niño de peces y rocas.
Una mar pintada de azules y bocas.
El verano entonces es todos mis huecos. Y borro tus negros; y te pinto blanco
y te pinto rosa y pinto de estrellas tu flor en mi boca.
Y estallan fugases todos tus andamios y al ir sonriendo naces de mis labios.
Mi lengua echada en tus manos de viento te muestra el exacto,
sendero sediento que anhela tus besos.
Y serás la abeja audaz e inquieta que colma el hambre de mis diez planetas.
Y al beber a sorbos todas mis peceras, de mis albas abiertas harás azucenas.
Y seré perdiz y seré cometa cuando al fin me agrandes, cuando al fin me mezas;
Cuando por tu boca, de hombre, de hiedra,
la luna creciente en mi sur dormida al fin se despierte, pálida y hermosa,
como luna mía, como luna tuya.
Como luna llena.
Yesenia Sánchez Prandy
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