domingo, 10 de abril de 2011

PALABRAS DEL VIENTO AL OÍDO / por José Ignacio Restrepo


ARTEMISA

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Cálida vena
que sanguínea rocía
de estupor en estupor
mi piel profana,
haces que mi risa se silencie
y que mi voz se calle,
turgente pistilo por el que sube la vida
y se siembra,
tus lluvias se derraman
y amenazan mis desiertos,
mis terrenos sin nombre,
las elucubraciones ganadoras
de mis angustias por venir…
Qué nombre te anuncia,
no importa,
si el arrullo tormentoso de tu paso
se encarga sin más de abatir puertas,
de dibujar promesas nuevas en ventanas
con los grafismos claros de los niños,
sólo rayas y círculos
que tatuados llegaron de pellejos
en cueros de hombres,
olvidados y secos
que ya nada quieren,
que ya nada saben de querer…


OTRO ÁRBOL DE EXTRAÑO SABOR

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Los árboles de perpetuo fruto,
los árboles de escaso,
dan sobre el suelo si él se los permite,
el mismo tono de ajena sombra,
no dan su sombra
ni pueden verla allí extendida,
a menos que lo permita
el juego intraducible de los astros…
Fruto de extraño sabor
que caes sin malicia entre mis manos
sin que riesgo de sed exprese aún
para la suma  de días y de horas,
acaso me pidas el favor
de que llene una emoción con tus palabras
pero yo no puedo consolarte
senda de árbol de perpetuo fruto
que al parecer todavía ignoras
que la sombra sobre ti ya proyectada
y su variable tamaño,
se te brindan desde el sol
a la arena del mar no pertenecen
ni al viento forastero,
ni al fugaz caminante
que detiene allí su cansancio,
y por estas letras explicada
ni siquiera a la historia
de ese árbol plantado por fortuna
o acaso por albur del viento avaro…

JOSÉ IGNACIO RESTREPO Copyright ©
• Reservados todos los derechos de autor

2 comentarios:

  1. De la botánica diletante, inconsciente de la tormenta que generas, lluvias que hasta el alma ahogan y en crecidas se lleva cuanto cuerdamente pudiera decirse de estos tus versos tan delincuentes como bellos, tan certeros dardos que hasta la diana revientan...

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  2. Que le baste al viento con sentirse dueño y a los propios pasos dioses de sendos y gastados zapatos, que el ojo miope podrá zurcir el dedo que se guía de su esfuerzo con la piel que lo cubre, que es la misma que obedece al corazón, para grabar con miel o con veneno cada segundo latido, cada duda sombreada de pasado que también pule las letras de tu nombre...

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