jueves, 12 de agosto de 2010

AMO DE TI EL RECUERDO / POEMAS DE LUZ ESTELLA LONDOÑO

Amo de ti el recuerdo,
La fugacidad viviente de lo presente ido y la tenaz pasión que se trepa por las hendiduras de mi cuerpo,
pasiones acalladas dormidas por la rutina y por el tiempo;
Amo de ti la promesa que huye, que no vuelve, y permanece sombría y callada, pero aún tibia en la sutil ternura escondida, maniatada y amordazada por “el otro”, ese eterno deber ser que nunca acaba.
Me gusta de ti el imposible, el no poder ser, el inacabable grito del deseo mudo, amputado, estrangulado, de un cuerpo que estando, no podrá existir.
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Y esa voz de siempre, que a veces me llega como un fantasma herido, enfermo, agónico, perdido.
Esa voz que muta y se transforma, me transporta y me enfada, me hunde, me levanta.
Amo tu voz por su timbre, su cadencia y música, por su poesía a veces maldita…
Recuerdo haber deseado de ti todo, hasta la fatídica ausencia y el eco de tus ideas. Recuerdo estar loca por una palabra tuya, en el peor de los delirios treintañeros, y dormirme deletreando canciones tuyas y emborracharme esperando una presencia tuya mordiéndome las ganas de llamarte a mi cama o colarme subrepticiamente en la tuya…Te amé en silencio en aquellos años locos.
Pero te perdí el rastro, ese rastro que viaja con las nubes y parece prometer que algún día volverá… te amé sin angustia, con deseo tímido y enfermo.
Y los días pasaron y con ellos, no es que venga el olvido, sino la costumbre de encontrar la misma mirada ausente, tranquila, extraviada, desviada, indiferente o vacía.
No pude amarte más por qué no pude, del mismo modo en que no podré volverte a besar por qué no puedo…aunque ahora mis labios te reclamen.
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Y ahora, si aún no es demasiado tarde, ya no quiero; con el tiempo el furor se va amainando, la tormenta pasa y el fuego se apaga, tengo de mí un cuerpo abastecido, tranquilo, adormecido.
Aún así, me quedo con tu recuerdo y te agradezco ese gesto instintivo del macho que otea el horizonte y se detiene frente a una hembra …Gracias por mirarme, por darme un nombre y un lugar en tierras desconocidas e inhóspitas para mí., por vivirme en momentos de intensa soledad en un tiempo sin norte , en donde el verbo renacer era equivalente a morir. Gracias por tu cortesía y tu presencia. Me ayudaste a vivir, a continuar soñando, aunque no creas.
Desde el comienzo se había instalado un adiós entre nosotros, el mismo adiós de los budistas, el del presente que pasa, el del ave que vuela hasta su nido, el del rio que no cesa, el del sueño que adviene en la noche, el de los incesantes días; un adiós divino y oscuro. Ese mismo adiós incomprensible, nacido de las rutinas, de las disecadas normas sociales, del miedo, de la indecisión, del imposible… ese adiós que no dice adiós sino hasta luego pero que siempre se despide: … hasta después, hasta mañana, hasta ahora, hasta nunca, hasta siempre… ¿?
Gracias por todo lo que me has dado, de todo corazón.
 
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A DANILO.
Yo le vi morir muy lentamente
Como se mueren los almendros antes que la primavera brote.
Vi como cortaban la savia de su cuerpo
e instalarse noche, luna y estrellas en sus ojos para siempre.
Vi sus manos blancas aquietarse
en el último gesto extraño de despedida,
y quebrarse su estructura,
Inerme entre el ruido seco mientras caía.
Los grillos de la noche callaron
Los árboles dormidos abrieron sus ojos de espanto temeroso.
Ni juramentos ni maldiciones salieron de su desalentada boca.
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En el corredor del túnel, las trompetas del olvido sonaron estridentes.
Todo quedó silencioso.
Y aunque el cielo desató un aguacero de lágrimas que mojó tu cuerpo hasta el amanecer,
El día comenzó límpido, claro, radiante para velar tu cuerpo,
Mordido por los metales pálidos de luna, que hendieron tu carne y tu figura.
La sangre acribillada se congeló por la lluvia.
Allí quedó tu mundo de cristal,
herido por un cielo sin rayos ni relámpagos.
Y aquella sonrisa relajada del que ha consumado el día,
naciendo a la tierra y las hormigas.
Te recuerdo hermano mío bajo aquel platanal
hartándonos de niebla,
Respirando el olor de aquellos campos con gente de corazón yerto.
Los pájaros enloquecidos llevando tu corazón a la escarcha de la nube.
Tanto de eso y aún duele.
VII. 2003
 
La autora se llama Luz Estella Londoño Cardona.
Estudió Historia en la  Universidad Nacional de Colombia.
Nacida en Medellín, actualmente adelanta estudios en Educación Infantil, en la Universidad de Lleida, en  Cataluña, España.

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