lunes, 13 de septiembre de 2010

AL CREADOR DE OTRA MÁQUINA DEL TIEMPO, AL ETERNO / JORGE LUIS BORGES


Alguien

Un hombre trabajado por el tiempo,
un hombre que ni siquiera espera la muerte
(las pruebas de la muerte son estadísticas
y nadie hay que no corra el albur
de ser el primer inmortal),
un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días:
el sueño, la rutina, el sabor del agua,
una no sospechada etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años
que hoy puede recordarla sin amargura,
un hombre que no ignora que el presente
ya es el porvenir y el olvido,
un hombre que ha sido desleal
y con el que fueron desleales,
puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad
que no viene del lado de la esperanza
sino de una antigua inocencia,
de su propia raíz o de un dios disperso.

Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación
de ser un desdichado,
pero humildemente recibe
esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,nuestro solitario cielo o infierno

Amorosa anticipación

Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta 
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso 
                                                      y tácito de niña, 
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios 
serán favor tan misterioso 
como mirar tu sueño implicado 
en la vigilia de mis brazos. 
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria 
                                                                        del sueño, 
quieta y resplandeciente como una dicha que 
                                                              la memoria elige, 
me darás esa orilla de tu vida que tu misma no tienes. 
Arrojado a quietud, 
divisaré esa playa última de tu ser 
y te veré, por vez primera, quizá, 
como Dios ha de verte, 
desbaratada la ficción del Tiempo, 
sin el amor, sin mí.




Amanecer


En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!

Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.





Curso de los recuerdos




Recuerdo mío del jardín de casa: 
vida benigna de las plantas, 
vida cortés de misteriosa 
y lisonjeada por los hombres. 

Palmera la más alta de aquel cielo 
y conventillo de gorriones; 
parra firmamental de uva negra, 
los días del verano dormían a tu sombra.


Molino colorado: 
remota rueda laboriosa en el viento, 
honor de nuestra casa, porque a las otras 
iba el río bajo la campanita del aguatero.


Sótano circular de la base 
que hacías vertiginoso el jardín, 
daba miedo entrever por una hendija 
tu calabozo de agua sutil.


Jardín, frente a la verja cumplieron 
sus caminos los sufridos carreros 
y el charro carnaval aturdió 
con insolentes murgas.


El almacén, padrino del malevo, 
dominaba la esquina; 
pero tenía cañaverales para hacer lanzas 
y gorriones para la oración.


El sueño de tus árboles y el mío 
todavía en la noche se confunden 
y la devastación de la urraca 
dejó un antiguo miedo en mi sangre.


Tus contadas varas de fondo 
se nos volvieron geografía; 
un alto era «la montaña de tierra» 
y una temeridad su declive. 

Jardín, yo cortaré mi oración 
para seguir siempre acordándome: 
voluntad o azar de dar sombra fueron tus árboles.
Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden.


las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.


De hambre y de sed, narra una historia griega,
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.


Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, 
cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.


Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.


Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.


Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.


¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?


Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.


El alquimista


Lento en el alba un joven que han gastado 
La larga reflexión y las avaras 
Vigilias considera ensimismado 
Los insomnes braseros y alquitaras.

Sabe que el oro, ese Proteo, acecha 
Bajo cualquier azar, como el destino; 
Sabe que está en el polvo del camino, 
En el arco, en el brazo y en la flecha.

En su oscura visión de un ser secreto 
Que se oculta en el astro y en el lodo, 
Late aquel otro sueño de que todo 
Es agua, que vio Tales de Mileto.

Otra visión habrá; la de un eterno 
Dios cuya ubicua faz es cada cosa, 
Que explicará el geométrico Spinoza 
En un libro más arduo que el Averno...

En los vastos confines orientales 
Del azul palidecen los planetas, 
El alquimista piensa en las secretas 
Leyes que unen planetas y metales.

Y mientras cree tocar enardecido 
El oro aquél que matará la Muerte. 
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte 

En polvo, en nadie, en nada y en olvido.






2 comentarios:

  1. ..."Lento en mi sombra, la penumbra hueca
    exploro con el báculo indeciso,
    yo, que me figuraba el Paraíso
    bajo la especie de una biblioteca."...

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  2. ..."Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
    La luz discurre inventando sucios colores
    y con algún remordimiento
    de mi complicidad en el resurgimiento del día"...

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