Alguien
Un hombre trabajado por el tiempo,un hombre que ni siquiera espera la muerte(las pruebas de la muerte son estadísticasy nadie hay que no corra el alburde ser el primer inmortal),un hombre que ha aprendido a agradecerlas modestas limosnas de los días:el sueño, la rutina, el sabor del agua,una no sospechada etimología,un verso latino o sajón,la memoria de una mujer que lo ha abandonadohace ya tantos añosque hoy puede recordarla sin amargura,un hombre que no ignora que el presenteya es el porvenir y el olvido,un hombre que ha sido deslealy con el que fueron desleales,puede sentir de pronto, al cruzar la calle,una misteriosa felicidadque no viene del lado de la esperanzasino de una antigua inocencia,de su propia raíz o de un dios disperso.
Sabe que no debe mirarla de cerca,porque hay razones más terribles que tigresque le demostrarán su obligaciónde ser un desdichado,pero humildemente recibeesa felicidad, esa ráfaga.
Quizá en la muerte para siempre seremos,cuando el polvo sea polvo,esa indescifrable raíz,de la cual para siempre crecerá,ecuánime o atroz,nuestro solitario cielo o infierno
Amorosa anticipación
Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso
y tácito de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria
del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que
la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tu misma no tienes.
Arrojado a quietud,
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré, por vez primera, quizá,
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo,
sin el amor, sin mí.
Amanecer
En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!
Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.
Curso de los recuerdos
Recuerdo mío del jardín de casa:
vida benigna de las plantas,
vida cortés de misteriosa
y lisonjeada por los hombres.
Palmera la más alta de aquel cielo
y conventillo de gorriones;
parra firmamental de uva negra,
los días del verano dormían a tu sombra.
Molino colorado:
remota rueda laboriosa en el viento,
honor de nuestra casa, porque a las otras
iba el río bajo la campanita del aguatero.
Sótano circular de la base
que hacías vertiginoso el jardín,
daba miedo entrever por una hendija
tu calabozo de agua sutil.
Jardín, frente a la verja cumplieron
sus caminos los sufridos carreros
y el charro carnaval aturdió
con insolentes murgas.
El almacén, padrino del malevo,
dominaba la esquina;
pero tenía cañaverales para hacer lanzas
y gorriones para la oración.
El sueño de tus árboles y el mío
todavía en la noche se confunden
y la devastación de la urraca
dejó un antiguo miedo en mi sangre.
Tus contadas varas de fondo
se nos volvieron geografía;
un alto era «la montaña de tierra»
y una temeridad su declive.
Jardín, yo cortaré mi oración
para seguir siempre acordándome:
voluntad o azar de dar sombra fueron tus árboles.
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestríade Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueñosa unos ojos sin luz, que sólo puedenleer en las bibliotecas de los sueñoslos insensatos párrafos que ceden.
las albas a su afán. En vano el díales prodiga sus libros infinitos,arduos como los arduos manuscritosque perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed, narra una historia griega,muere un rey entre fuentes y jardines;yo fatigo sin rumbo los confinesde esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Orientey el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogoníasbrindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra huecaexploro con el báculo indeciso,yo, que me figuraba el Paraísobajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombracon la palabra azar, rige estas cosas;otro ya recibió en otras borrosastardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galeríassuelo sentir con vago horror sagradoque soy el otro, el muerto, que habrá dadolos mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poemade un yo plural y de una sola sombra?¿Qué importa la palabra que me nombrasi es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este queridomundo que se deforma y que se apagaen una pálida ceniza vagaque se parece al sueño y al olvido.
El alquimista
Lento en el alba un joven que han gastado
La larga reflexión y las avaras
Vigilias considera ensimismado
Los insomnes braseros y alquitaras.
Sabe que el oro, ese Proteo, acecha
Bajo cualquier azar, como el destino;
Sabe que está en el polvo del camino,
En el arco, en el brazo y en la flecha.
En su oscura visión de un ser secreto
Que se oculta en el astro y en el lodo,
Late aquel otro sueño de que todo
Es agua, que vio Tales de Mileto.
Otra visión habrá; la de un eterno
Dios cuya ubicua faz es cada cosa,
Que explicará el geométrico Spinoza
En un libro más arduo que el Averno...
En los vastos confines orientales
Del azul palidecen los planetas,
El alquimista piensa en las secretas
Leyes que unen planetas y metales.
Y mientras cree tocar enardecido
El oro aquél que matará la Muerte.
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
..."Lento en mi sombra, la penumbra hueca
ResponderEliminarexploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca."...
..."Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
ResponderEliminarLa luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día"...