jueves, 16 de septiembre de 2010

HOLOGRAMAS DE LA SEDA / POESÍA DE JOSÉ IGNACIO RESTREPO

INSOMNIO


Los dolores que despiertan en la noche,
agasajos superiores
venidos en caja, como cualquier obsequio,
enviados entre imágenes fugaces
que vorazmente atacan el firmamento de los recuerdos
en forma desordenada,
un cabello de aquí en un rostro de allá,
un talle que al parecer nunca estuvo vestido,
los hombros más hermosos
bajo un cuello sin nombre...
La memoria vergonzante
baja como viuda por la calle arbolada,
y entre la opacidad de la noche
se escabulle sin mostrarme su rostro.
Ella ya es un recuerdo cuando los morros alumbran,
las tinieblas han gastado su dedal
y un sol rojo candente hace un trono
entre las nubes,
esas costuras mal hechas son escasas
y de estos recordatorios mal llegados,
te cuento, no habrá remordimientos
que yo deba romper en las prisas del día.




ODA A LOS HEREDEROS


Que en sus frentes aumenta el sudor
mientras sus palas diezman los escombros
nadie a esta hora puede verlo...
Sobre el grueso cable
tres pequeños cantores hablan veranos
y un nuevo amanecer rompe en colores.
Que unas horas después
es un río de gentes
las que pasan por el sitio,
niños que ríen,
mujeres con la bolsa de la compra,
hombres con cientos de problemas
en el bolsillo, en la testa,
autos...
Y ya no hay ni sombra del escombro
la calle está limpia.
Con su impronta sencilla
no parecen hablar los prados cortos,
ni los vidrios que fulgen o los tensos cables de los postes
que energía transportan, o conversaciones,
o llamadas de socorro.
Más allá una mujer vocea su fruta
y el calor hará el resto...
Un paisaje invisible
aquí, allá,
esparcidos cual pródiga semilla
los herederos del antiguo paraíso
como buscando redención
trabajan




SOFTOUCH          
                                 

No he tocado
hace días
el nítido ecuador de tu figura
o la diadema que acaso podrías llevar
atrapando tu corto pelo rojo,
o los rayos,
tampoco he tocado los rayos
que como flechas salen de tus ojos
cuando están abiertos,
cerrados,
abiertos.
No he pensado ni esto
en tu figura entre dormida,
y me tomo estas letras de asueto,
estos minutos de interludio
para tocar un poco este tema
que en días y noches no he tocado,
a riesgo, lo sé,
de sentir esa torpe y ronca voz,
tan similar a la mía,
gritándome,
por andar dándole cuerda bien querido
a lindos relojes hace días malos



PRIMER GRADO



Quemado vértigo,
que asciende sin fe
desde la piel conversa e irredenta
del calcinado estómago hasta el velo nacarado,
donde se empotran brillantes y amarillos
estos cuchillos cortantes, los pocos que quedan
y desde allí, tras de ese ingobernable cantillo
que ha nutrido al viento...
Quemado, irreconocible sentimiento,
por nuestras manos vuelto vil ceniza,
a que lugar enviarte en la memoria
donde te pueda visitar de pronto,
en las noches de marisma cancerosa
cuando por equis razón me acuerde de sus ojos de fuego.


SEGUNDO RECUERDO




Suave destreza del hilador curtida por fiebres e insomnio,
por años de ser escolar de una sola asignatura,
me abstraigo en tu disciplina para lograr comprender
estos míticos trabajos de olvido,
lentos gotereos de agua, socavados palpamientos,
recuerdos breves vagando sin un lugar en el tiempo,
como entrevistos fulgores
que luego no sabemos si realmente fueron.
Suave, una semilla redonda que se queda implorante y seria,
a centímetro y medio de mi mano,
y me permite ver sus hilos y fisuras,
las fibras y vasos,
que habrán de formar algún inmenso ser
en un futuro no sé cuan distante,
a mí, pequeño enano salido de no se sabe dónde.


VISIONES




Vencidas llanuras
que de pastos rojos van cubiertas,
ya seréis alimento de la nieve,
os veréis convertidas
en acostadas y silenciosas nodrizas,
que cuidan el fluir del agua
que sólo atiende a su rito subterráneo,
corriente que lo olvida todo,
cual buey castigado,
sin yunta que anclar a su cuello,
sin tierra que medir
y bañar a diario con su llanto y sudores,
sin amo.
Vasta nomenclatura
que refleja en las nubes su aprendido idioma,
de estos quemados azares por prestar la piel
a la siembra del alma,
queda a veces el sabor a quema.
Queda, como hoy, el paisaje
gastado por afanes y sin huellas.

Por JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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