jueves, 9 de septiembre de 2010

UN POETA INMORTAL / JOSÉ ASUNCIÓN SILVA

José 
Asunción Silva


El 23 de mayo de 1896, a eso de las once de la noche, José Asunción Silva, joven poeta, bogotano aristocrático de 31 años de edad, se despidió de los amigos con quienes acostumbraba conversar en diaria tertulia y dio a su madre y a su hermana Julia el beso de las buenas noches. Antes de salir de la sala, uno de sus comensales lo detuvo para invitarlo a almorzar al día siguiente. Pero Silva le respondió que eso no sería posible a causa de su salud quebrantada y añadió algunas palabras acerca de la inutilidad de la vida. Su amigo, tratando de reprocharle su pesimismo, le dijo entonces:
— Si sigues así, no me sorprenderá que te des un balazo el día menos pensado.
— ¿Quién, yo? ¡Sería curioso que yo me matara! — Contestó Silva con mucha presteza, pero sonriendo.
Cumplidas las despedidas, Silva se dirigió a su habitación. Se desnudó y luego se vistió con otras ropas limpias y preparadas al efecto: pantalones de casimir, botas de charol y una camiseta de seda blanca en la que se podía ver dibujada la silueta del corazón, precisamente sobre el lugar donde debía encontrarse ese órgano vital. Después se supo que esa misma mañana el poeta había visitado a su médico y amigo, el doctor Juan Evangelista Manrique, con el pretexto de pedirle un remedio contra la caspa. El doctor Manrique recordaría más tarde que Silva le había pedido, como al pasar, que le dibujara en la camiseta con un lápiz dermográfico el lugar exacto del corazón.
El poeta se recostó luego en su lecho y empuñó el revólver que tenía preparado para ese momento. Colocó la boca del cañón en el centro del dibujo de su corazón y oprimió el gatillo. La bala trazó un relámpago de muerte en el pecho del suicida y, dice un historiador, "le puso fin al poema de su melancolía".
Nadie oyó el estampido. A la mañana siguiente, la anciana criada que entró a la habitación trayendo la bandeja del desayuno, encontró al cadáver, con los ojos abiertos y la expresión tranquila.
No dejó carta de despedida, ni explicación escrita sobre los motivos del suicidio. Sus funerales consistieron, según la norma impuesta en la época por la Iglesia Católica, en arrojar el cadáver a un muladar. Los suicidas no tenían derecho a la paz del cementerio, reservada exclusivamente a los fieles practicantes del amor, la compasión y la caridad.
Es ya una tradición comenzar la biografía de José Asunción Silva con el relato de su muerte. No se dice en primer lugar que nació en Bogotá, en noviembre de 1865, en el seno de una familia aristocrática liberal y masónica por la línea paterna y conservadora por la materna; que fue un niño extraordinariamente bello y sobreprotegido por su madre y hermanas; que en el colegio sus compañeros se burlaban de él, llamándolo "El Niño Bonito" o, peor aún, "José Presunción" ; que fue creciendo aislado, sin amigos, encerrado en la jaula de su propia hermosura y de la delicadeza de sus modales, dominado por una creciente timidez y atrincherado en la conciencia de su inteligencia precoz, superior a la de quienes lo rodeaban y hacían mofa de él. Tampoco se acostumbra comenzar la historia de José Asunción diciendo que a los diez años de edad escribió su primer poema, una pieza literaria que demuestra una increíble madurez intelectual.
Yo quiero hablar aquí, hoy, de algunos hechos y circunstancias que me parecen importantes para entender a este ser humano, mi prójimo de carne y hueso, que se llamó José Asunción Silva y que pasó por el mundo como una estrella fugaz, pidiendo en vano que alguien se asomara a las profundidades de su alma, más allá de su brillo deslumbrante, debajo de su radiante vestidura de poemas inmensos y modales delicados, y viera y comprendiera sus dolores, sus soledades, sus angustias y sus alegrías.
Se ha dicho que nació triste. Es mentira. Nadie nace triste. Nació en el seno de una familia entristecida por la vergüenza y por la tragedia. En 1860 un primo suyo, Guillermo Silva, se suicidó de un balazo en presencia de su mujer y sus hijos en la Hacienda de Hatogrande, y esto era una vergüenza horrible. En 1861 un pariente directo suyo, Joaquín Suárez Fortoul, cayó despedazado en las trincheras del Alto de San Diego, donde hoy se alza la Plaza de Toros de Santa María, en el intento de toma de Bogotá por parte del ejército liberal. En 1864, un año antes del nacimiento del poeta, su abuelo José Asunción fue brutalmente asesinado en la misma Hacienda de Hatogrande por una partida de bandoleros. La circunstancia de que la familia quisiera perpetuar el nombre del abuelo muerto en el nieto recién nacido, y el hecho comprobable de que durante toda la infancia del niño José Asunción se recordó con dolor y amargura la horrible muerte del viejo José Asunción, tiene por fuerza que haber dejado huella muy profunda en la fantasía del muchacho, precisamente en la edad en que se realizan los procesos sicológicos de la identificación. Nos consta a todos, porque estuvo a la vista y no quisimos verlo, que nuestro poeta se empeñó sistemáticamente en llamarse a sí mismo José , simplemente, y que firmó sencillamente José Silva en sus cartas y papeles, como si quisiera sacudirse del pellejo un nombre marcado por la muerte. Y nos consta también que en su Nocturno Tercero , en el que llora con amargura la muerte de su hermana y confidente Elvira, firma explícitamente José Asunción Silva , como si quisiera subrayar con el hálito trágico de su nombre el carácter verdadero y real de la tragedia evocada en el poema. No sobra agregar, de ninguna manera, que el abuelo José Asunción tuvo fama en su época de tener modales muy afectados, "insinuantes" según dice un historiador, y que no faltó un canalla que inventara calumnias a partir del hecho de que este anciano vivía en la Hacienda de Hatogrande en la íntima compañía de su hermano y confidente, don Antonio María Silva.
Varias cosas se pueden deducir de estos hechos: primero, ya había casos de suicidio en la familia; segundo, ya la familia estaba marcada socialmente por este estigma, lo que la obligaba a retraerse de la vida social y a encerrarse en sí misma; tercero, la afectación de los modales era una manera de comportamiento que tenía antecedentes en la familia; cuarto, la amistad y la confidencia entre los hermanos Silvas era un hábito familiar, fortalecido por las trágicas circunstancias de la vida; y quinto, que, según veremos más adelante, la calumnia sobre relaciones incestuosas también era un hábito en la vieja y mezquina Santafé de Bogotá, esa aldea triste y sombría a la que Silva llamó alguna vez irónicamente "la culta capital".
Cuando José Asunción llegó a los 17 años estaba ya plenamente formado como poeta. Escribió entonces, para su amigo Diego Fallon, esta pieza admirable que certifica su extraordinaria maestría de creador y rinde culto a la eterna poesía de la naturaleza:

A Diego Fallon


Cuando de tus estancias sonorosas 
Las solemnes imágenes 
En los lejanos siglos venideros 
Ya no recuerde nadie, 
Cuando estén olvidados para siempre 
Tus versos adorables, 
Y un erudito, en sus estudios lentos, 
Descubra a Núñez de Arce, 
Aun hablarán a espíritus que sueñen 
Las selvas seculares 
Que se llenan de nieblas y de sombras 
Al caer de la tarde. 
Tendrán vagos murmullos misteriosos 
El lago y los juncales, 
Nacerán los idilios 
Entre el musgo, a la sombra de los árboles, 
Y seguirá forjando sus poemas 
Naturaleza amante 
Que rima en una misma estrofa inmensa 
Los leves nidos y los hondos valles.

Entre los 18 y los 20 años de edad, viajó Silva por Europa, especialmente por Francia e Inglaterra. En París conoció a Mallarmé, el fundador del simbolismo, a quien reconoció como uno de sus más queridos maestros y con quien mantuvo una relación de correspondencia durante todo el resto de la vida. Asistió a sus tertulias, trató con lo más brillante y lucido de la joven intelectualidad francesa. No pudo conocer, hasta donde sabemos, a esa escandalosa pareja de amantes y genios de la literatura que fueron Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, porque en aquellos años ellos estaban fuera de Francia. Pero es indudable que las historias en torno a estos dos poetas llegaron a sus oídos, porque eran el tema del día en los círculos literarios de Europa. Rimbaud era, por lo demás, un asiduo de las tertulias simbolistas y su destino de niño prodigio, bello y endemoniado fue, si cabe hacer una frase recurrente, un símbolo del simbolismo.
Durante su estadía en Europa trabó Silva conocimiento con el célebre Oscar Wilde y, según dicen los biógrafos, los dos llegaron a ser "buenos amigos". Y en este punto es de advertir que quienes me oyen ahora, en esta noche en que recordamos a nuestro querido poeta José Asunción Silva, deben abstenerse de pensar en la palabra "homosexualismo", porque este término es completamente tabú en las biografías de Silva y porque, además, se supone que en Colombia jamás ha habido un solo poeta con esas inclinaciones.
De regreso en Colombia, Silva intentó realizar una existencia abierta, socialmente activa, pero pronto encontró otra vez los obstáculos que ya se le habían opuesto durante la infancia. Las gentes lo miraban, envidiaban su hermosura y encontraban en sus modales el pretexto para rechazarlo o ridiculizarlo. Tomás Carrasquilla describe así su primer encuentro con Silva, en 1890:
    Este sí que es el tipo de los tipos y la cosa particular. Es un mozo muy bonito, con bomba de para arriba como el doctorcito Jaramillo y muy crespo él y barbín. Hazte cuenta el buen pastor de la señora González. Pero no te puedes suponer una bonitura más fea ni más extravagante, y es muy culto y muy amable pero con una cultura tan alambicada y una amabilidad tan hostigosa que se puede envolver en el dedo, como cuenta Goyo del dulce de duraznos de Santa Rosa. Modula la voz como una dama presumida, sin embargo no tiene nada de adamado, anda como un huracán, pero con mucho compás, da la mano pegándola del pecho, encocando cuatro dedos y parando el índice de tal modo que uno tiene que tomársela por allá muy arriba. En fin, es un prójimo tan supuesto y afectado que causa risa e incomodidad al mismo tiempo y a vuelta de todas estas rarezas es muy ilustrado y parece muy inteligente.
Alfonso López Michelsen ha comentado, a la vista de esta cita, que la opinión de Tomás Carrasquilla sobre la afectación del poeta bogotano no le impidió llamar a Silva en 1914 "el segundo lírico de la lengua castellana".
Pero es por esta época que Silva comienza a hacer alusiones curiosas, que lo aproximan a los poetas malditos. Yo no mencionaré aquí sino dos o tres de ellas, y lo haré sin pretensiones de hacer análisis literario. Me interesa por ahora más la aproximación sicológica. En su poema sobre los espermatozoides, lleno de ironía, nos muestra al sabio Cornelius Van Kerrinken frente al microscopio diciendo:


“¡Oh! mira cómo corren 
y bullen y se mueven 
y luchan y se agitan 
los espermatozoides: 
¡Mira! si no estuviera 
perdido para siempre; 
si huyendo por caminos 
que todos no conocen 
hubiera al fin logrado 
tras múltiples esfuerzos 
el convertirse en hombre, 
corriéndole los años 
hubiera sido un Werther, 
y tras de mil angustias 
y gestas y pasiones 
se hubiera suicidado 
con un Smith y Wesson 
ese espermatozoide.

Quiero recordar que Silva se suicidó con un revólver Smith y Wesson que ya poseía cuando escribió este poema.
Más tarde escribe tres poemas seguidos, en los cuales asocia explícitamente las enfermedades venéreas con el amor comprado a prostitutas o simplemente con las relaciones carnales promiscuas. En el primero de ellos, titulado Cápsulas , se cuenta la historia del pobre Juan de Dios, que probó sucesivamente los amores de diferentes mujeres y tuvo que curarse cada vez con distintas cápsulas medicinales, hasta que


Luego, desencantado de la vida, 
Filósofo sutil, 
A Leopardi leyó, y a Schopenhauer 
Y en un rato de spleen, 
Se curó para siempre con las cápsulas 
De plomo de un fusil.


No me digan que esto no tiene rasgos autobiográficos. Silva dijo explícitamente, varias veces, que Schopenhauer era su maestro, y citó a Leopardi más de una vez. Que la relación entre una enfermedad venérea y la influencia de ciertas filosofías con el acto suicida quede establecida tan claramente en un poema de Silva, dice mucho de Silva pero dice mucho más de nuestra propia incapacidad para leer profundamente las enigmáticas señales de un poeta.
Más espectacular aun, si cabe, es la señal que nos deja en el siguiente poema, en que describe las consecuencias del amor con una prostituta:


A una boca vendida, 
a una infame boca, 
cuando sintió el impulso que en la vida 
a locuras supremas nos provoca, 
dio el primer beso, hambriento de ternura 
en los labios sin fuerza, sin frescura. 
No fue como Romeo al besar a Julieta: 
el cuerpo que estrechó cuando el deseo 
lo ardiente aguijoneó su carne inquieta, 
fue el cuerpo vil de vieja cortesana, 
Juana incansable de la tropa humana. 
Y el éxtasis divino 
que soñó con delicia 
lo dejó melancólico y mohino 
al terminar la lúbrica caricia. 
Del amor no sintió la intensa magia 
y consiguió... una buena blenorragia.


¿Y por qué es espectacular esta señal? Sencillamente porque el poema se titula, fíjense ustedes bien, Enfermedades de la niñez . ¿Tuvo José Asunción alguna experiencia traumática de esta naturaleza en su tardía niñez o en su temprana adolescencia? ¿Vio en otros, o experimentó en su propio cuerpo, los efectos de un mal venéreo obtenido en una relación sexual como la descrita en el poema? ¿Tiene esto algo que ver con su precoz viaje a París, cuando apenas tenía 18 años, siendo, como era, tan hogareño y sobreprotegido? ¿Tiene todo esto alguna relación con la circunstancia de que en París se hizo inseparable del médico recién recibido Juan Evangelista Manrique, su condiscípulo de la etapa colegial y con el hecho de que, según cuenta el propio Manrique, en sus conversaciones intentaba Silva invariablemente tocar los temas médicos y científicos, en tanto que el médico insistía en hablar de arte y literatura? De los pocos papeles que sobrevivieron al naufragio en que se perdió casi toda su obra, se han logrado recuperar unas recetas médicas del período en que estuvo en París. Las firma un profesor de la Sorbona, el Dr. Légendre. Los médicos contemporáneos que han estudiado estas recetas afirman que se trata de medicinas "contra la impotencia". Pero yo observo dos cosas: primera, en esa época se consideraba que la impotencia era uno de los más graves efectos de las enfermedades venéreas y a menudo se daba prioridad a su tratamiento; segundo, se recetaban medicinas contra la impotencia a ciertos individuos afeminados, porque se consideraba que tales remedios reforzaban los factores de masculinidad.
En el tercer poema, titulado Psicoterapéutica , se aconseja Silva a sí mismo:


Si quieres vivir muchos años 
y gozar de salud cabal, 
ten desde niño desengaños, 
practica el bien, espera el mal.


Desechando las convenciones 
de nuestra vida artificial, 
lleva por regla en tus acciones 
esta norma: lo natural!


De los filósofos etéreos 
huye la enseñanza teatral, 
y aplícate buenos cauterios 
en el chancro sentimental.


La primera estrofa alude otra vez a las experiencias infantiles, a la salud y a la larga vida que se puede garantizar mediante la virtud y la desconfianza: "practica el bien, espera el mal". La segunda y la tercera estrofas aconsejan hacer precisamente lo contrario de lo que Silva hizo en su juventud: huir de la afectación y de los amaneramientos que provienen de "nuestra vida artificial" y de la enseñanaza teatral de los filósofos etéreos. No deja de ser significativo que este poeta llame a su aislamiento social, a su soledad intelectual, al rechazo que percibe entre sus semejantes, el chancro sentimental. Es decir, siente como si su alma tuviera una enfermedad venérea que le impide la convivencia emocional con los demás.
Hay otras señales, no menos sugestivas. En su novela De Sobremesa , en cuyas páginas se mezclan tantas fantasías con tantos fragmentos autobiográficos, el protagonista, José Fernández, dice cosas como ésta:
    Yo, el libertino curioso de los pecados raros que ha tratado de ver en la vida real, con voluptuoso diletantismo, las más extrañas prácticas inventadas por la depravación humana, yo, el poeta de las decadencias que ha cantado a Safo la lesbiana y los amores de Adriano y Antinoo...
¿Hasta dónde es esto fantasía y a partir de qué punto es autobiografía? En la libreta de notas de Silva se hallan, entre las anotaciones hechas durante su viaje a París, tres fórmulas para preparar afrodisíacos, una de las cuales incluye "extracto líquido de coca" entre sus ingredientes. En la novela De Sobremesa , el uso de drogas aparecerá registrado del siguiente modo:
    Desde hace años el cloral, el cloroformo, el éter, la morfina, el hachís, alternados con excitantes que le devolvían al sistema nervioso el tono perdido por el uso de las siniestras drogas, dieron en mí cuenta de aquella virginidad cerebral más preciosa que la otra de que habla Lasegue.
Su amigo el Dr. Manrique, al recordar la estancia de Silva en París, alude a su búsqueda de aquellas "impresiones que la neurona educada debía transformar en actos o en sensaciones voluptuosas", como si quisiera indicar que las andanzas del poeta en estos menesteres fuera más el fruto de una curiosidad científica, racional, que el resultado de deseos vivenciales o apetitos de la carne. Sea, pues; la moral y las buenas costumbres se han salvado. Pero lo que Silva perdió en el naufragio del barco L'Amérique, en 1895, cuando regresaba de su estancia en Caracas, no fue ningún tratado científico sobre las costumbres decadentes de ciertos círculos intelectuales europeos, sino, sencillamente, obras como Las Almas Muertas , doce Cuentos Negros y, más interesante aun, Poemas de la Carne . Los títulos desnudos son, por sí solos, una lluvia de señales.
En ese naufragio se perdieron, además de obras literarias de valor, claves importantes de la intimidad de Silva. Y quedan solamente en pie, pues, las señales que nos dejó el poeta en los fragmentos conocidos de su obra y que cada cual deberá interpretar según su leal saber y entender.
Pero Silva no fue un ermitaño, ni se abandonó a la soledad resentida. Mantuvo tertulias, escribió en periódicos, tuvo un cargo diplomático en Caracas y desde allí envió a su amigo y maestro Mallarmé una orquídea especialmente preparada para que sobreviviera el largo viaje transatlántico. Es probable que haya enviado muchas flores en su vida, pero ésta es una de las pocas veces que el envío está documentado, y el destinatario no era una mujer. El último cheque de su vida, por la suma de cuatro pesos, es el pago de un ramo de flores para una mujer, pero esa mujer era su hermana Julia. Para decirlo de una vez por todas, no se le conocieron mujeres, ni siquiera de aventuras. Algunos biógrafos han hecho listas de posibles amantes a partir de simples conjeturas sobre hipotéticas hembras reales, ocultas detrás de las mujeres ficticias de sus poemas. Esto, me parece, es casi como tratar de averiguar el nombre de la Casada Infiel que Federico García Lorca se llevó una vez al río, "creyendo que era mozuela, pero tenía marido". Si alguna compañera tuvo Silva fue su hermana Elvira, su amiga y confidente entrañable, a quien contaba todos sus secretos, y por eso quieren las gentes de alma miserable ver un incesto en ese amor de hermanos.
No fue tampoco, como afirman sus biógrafos, indiferente ante la política y los problemas sociales. Entre las muchas "Sociedades de Socorros Mutuos" que funcionaban en el país en la década de 1890, la de Bogotá era la más importante. Estas sociedades fueron precursoras de los modernos sindicatos y allí se reunían los obreros y artesanos para educarse, discutir sobre política y cultura y, por supuesto, socorrerse mutuamente. Los intelectuales más progresistas llegaban allá como educadores, expositores, conferencistas. Algunos eran tan atrevidos que, incluso, eran miembros militantes de estas organizaciones. Pues bien, el 18 de enero de 1893 estalló en Bogotá un levantamiento de obreros, que fue reprimido de manera sangrienta por el ejército. El gobierno afirmó que la Sociedad de Socorros Mutuos de Bogotá era la instigadora la de subversión y ordenó una persecución implacable contra sus miembros. Por los documentos policiales de la época sabemos que el presidente de la Sociedad, Luis Guillermo Rivas, y el secretario, José Asunción Silva , se salvaron de ir a presidio gracias a la intervención enérgica del más importante líder político de ese momento: el doctor Carlos Holguín.
Para terminar, quisiera yo hacer aquí un contraste personal entre Silva y Rafael Pombo, quien era 32 años mayor que nuestro poeta. Fueron amigos y a veces salían a pasear juntos. Esta pareja debía ser espectacular. Pombo odiaba los sectarismos políticos y las guerras civiles. Escribió fábulas en verso para niños y tradujo a Poe y a los grandes poetas alemanes, franceses, italianos, portugueses, griegos y latinos. Fue romántico, naturalista, modernista, moralista y maldito. Y no fue suicida porque, a diferencia de Silva, que fue perseguido por ser bello y delicado, Pombo era mísero de cuerpo, pecoso y rubicundo como un payaso mal pintado, miope, de minúscula quijada y cuello de pelícano, de andar vacilante y trémulo como el de una foca vieja. Su rostro se escondía cobardemente detrás de unos inmensos bigotes que pretendían ocultarlo todo, desde las narices hasta las rodillas. Visto con los ojos de la rancia Santafé del siglo pasado, José Asunción Silva fue un efebo griego y esto era imperdonable. Pombo, en cambio, fue una caricatura que nos hizo reír de buena gana y esto siempre se agradece. 



El mal del siglo
EL PACIENTE:

Doctor, un desaliento de la vida
que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
el mal del siglo... el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano... un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis...


EL MÉDICO:
-Eso es cuestión de régimen: camine
de mañanita; duerma largo; báñese;
beba bien; coma bien; cuídese mucho:
¡Lo que usted tiene es hambre...! 




Un poema

Soñaba en ese entonces en forjar un poema,
De arte nervioso y nueva obra audaz y suprema,


Escogí entre un asunto grotesco y otro trágico
Llamé a todos los ritmos con un conjuro mágico


Y los ritmos indóciles vinieron acercándose,
Juntándose en las sombras, huyéndose y buscándose,


Ritmos sonoros, ritmos potentes, ritmos graves,
Unos cual choques de armas, otros cual cantos de aves.


De Oriente hasta Occidente, desde el Sur hasta el Norte
De metros y de formas se presentó la corte.


Tascando frenos áureos bajo las riendas frágiles
Cruzaron los tercetos, como corceles ágiles;


Abriéndose ancho paso por entre aquella grey
Vestido de oro y púrpura llegó el soneto rey,


Y allí cantaron todos... Entre la algarabía,
Me fascinó el espíritu, por su coquetería


Alguna estrofa aguda que excitó mi deseo,
Con el retintín claro de su campanilleo.


Y la escogí entre todas... Por regalo nupcial
Le di unas rimas ricas, de plata y de cristal.


En ella conté un cuento, que huyendo lo servil.
Tomó un carácter trágico, fantástico Y sutil,


Era la historia triste, desprestigiada y cierta
De una mujer hermosa, idolatrada y muerta,


Y para que sintieran la amargura, exprofeso,
Junté sílabas dulces como el sabor de un beso,


Bordé las frases de oro, les di música extraña
Como de mandolinas que un laúd acompaña,


Dejé en una luz vaga las hondas lejanías
Llenas de nieblas húmedas y de melancolías


Y por el fondo oscuro, como en mundana fiesta,
Cruzan ágiles máscaras al compás de la orquesta,


Envueltas en palabras que ocultan como un velo,
Y con caretas negras de raso y terciopelo,


Cruzar hice en el fondo las vagas sugestiones
De sentimientos místicos v humanas tentaciones...


Complacido en mis versos, con orgullo de artista,
Les di olor de heliotropos y color de amatista...


Le mostré mi poema a un crítico estupendo...
Y lo leyó seis veces y me dijo... ¡No entiendo!





Nocturno
Una noche,
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Una noche,
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,
Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el más secreto fondo de tus fibras te agitara,
Por la senda florecida que atraviesa la llanura
Caminabas,
Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
Y eran una
Y eran una
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga...!


Esta noche
Solo; el alma
Llena de infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
Por el infinito negro,
Donde nuestra voz no alcanza,
Solo y mudo
Por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
A la luna pálida
Y el chirrido de las ranas...


Sentí frío. Era el frío que tenían en la alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
Entre las blancuras níveas
De las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada,
Iba sola,
Iba sola,
¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra, esbelta y ágil
Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella...
¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas...! 





Infancia

    Esos recuerdos con olor de helecho
    son el idilio de la edad primera.
    (Gregorio Gutiérrez González)

Con el recuerdo vago de las cosas
Que embellecen el tiempo y la distancia
Retornan a las almas cariñosas
Cual bandada de blancas mariposas,
Los plácidos recuerdos de la infancia.


¡Caperucita, Barba Azul, pequeños
Liliputienses; Gulliver gigante
Que flotáis en las brumas de los sueños,
Aquí tended las alas
Que yo con alegría
Llamaré para haceros compañía
A1 ratoncito Pérez y a Urdimalas!


¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
Donde la idea brilla,
De la maestra la cansada mano,
Sobre los grandes caracteres rojos
De la rota cartilla,
Donde el esbozo de un bosquejo vago,
Frutos de instantes de infantil despecho,
Las separadas letras juntas puso
Bajo la sombra de impasible techo.


En alas de la brisa
Del luminoso Agosto, blanca, inquieta
A la región de las errantes nubes
Hacer que se levante la cometa
En húmeda mañana;
Con el vestido nuevo hecho jirones,
En las ramas gomosas del cerezo
El nido sorprender de copetones;
Escuchar de la abuela
Las sencillas historias peregrinas;
Perseguir las errantes golondrinas,
Abandonar la escuela
Y organizar horrísona batalla
En donde hacen las piedras de metralla
Y el ajado pañuelo de bandera;
Componer el pesebre
De los silos del monte levantados;
Tras el largo paseo bullicioso
Traer la grama leve,
Los corales, el musgo codiciado.
Y en extraños paisajes peregrinos
Y perspectivas nunca imaginadas,
Hacer de áureas arenas los caminos
Y de talco brillante las cascadas.
Los reyes colocar en la colina
Y colgada del techo
La estrella que sus pasos encamina,
Y en el portal el Niño Dios riente
Sobre mullido lecho
De musgo gris y verdecino helecho.
¡Alma blanca, mejillas sonrosadas,
Cutis de níveo armiño,
Cabellera de oro,
Ojos vivos de plácidas miradas,
Cuán bello hacéis al inocente niño!
Infancia, valle ameno,
De calma y de frescura bendecida
Donde es suave el rayo
Del sol que abrasa el resto de la vida.
¡Cómo es de santa tu inocencia pura,
Cómo tus breves dichas transitorias,
Cómo es de dulce en horas de amargura
Dirigir al pasado la mirada
Y evocar tus memorias! 



1 comentario:

  1. He leído con deleite e interés esta entrada. José Asunción Silva siempre me ha atraído por su misterio que hoy me deja Ud. un poco aclarado. Lo comparto en mi blog. Un saludo y enhorabuena.

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